Oscar Pacheco González
COSTA RICA
El comprador, un inglés de apellido Mazarella, pagó por esa paloma $400.000,
... Esa suma por una paloma. Después de la compra, el nuevo dueño viajó a Londres, con todo y paloma, ambos en primera clase. Hubo cobertura de la prensa y todo, es una locura lo que costó ese animal”.
La tecnología estuvo a punto de jubilarlas. Pero no. Ahora las palomas mensajeras compiten por devorar más kilómetros en el menor tiempo. Se trata de un deporte atípico, novedoso y apasionante para los “palomeros”, quienes vienen en alzada en el país.
/Yuri Lorena Jiménez
La quietud impera en la pequeña loma de las magníficas montañas de Barva de Heredia. Afuera del palomar, el silencio, apenas rasgado por el leve regurgitar de las aves en sus nidos, se rompe de un momento a otro cuando alguien lanza un grito eufórico: “¡Palomas!”.
Oscar Pacheco González, el “papá” de estas palomas, contiene el aliento. Se le aguan los ojos y apenas puede hablar.
Momentos después, el hervidero de aves ofrece un espectáculo majestuoso al sobrevolar dos, tres veces, su ansiado refugio. El cuidador las incita a entrar con el extraño sonido de un pito creado por alguien que, sin duda, conoce el lenguaje de las aves.
Entonces, con las alas abiertas, como reflejando el orgullo de su hazaña, aterrizan y entran en fila por la pequeña portezuela, directo al comedero y, en especial, al bebedero.
Pacheco, empresario herediano, y otros 17 miembros de la Asociación Colombófila del Valle Central, que él preside, comparten una pasión muy particular, poco conocida en Costa Rica –aunque bastante avanzada en los países desarrollados– llamada colombofilia. A grandes rasgos, se define como el arte y la ciencia de reproducir, desarrollar, entrenar y “correr” palomas mensajeras o de carrera, como también se les llama.
Con la pasión que acopiaría cualquier fanático del futbol, del ciclismo o de la equitación, esta cuasiveintena de personas –la mayoría empresarios o comerciantes– , dedican gran parte de su tiempo a la crianza y entrenamiento de palomas mensajeras, una disciplina que data de la antigüedad pero que muy pocos ticos conocen hoy.
Julio Peralta Lobo, asistente administrativo de 55 años, es quizá el miembro más veterano del grupo de colombófilos actuales, y el que más conoce sobre el inusual deporte: afirma que su pasión por estas aves empezó a los 7 años, cuando iba de paseo a Puntarenas, donde un pariente que tenía criaderos.
Conforme creció, se vinculó con generaciones mayores que habían sido “fiebres” en los años 50. De las bocas de estos supo que el primero en traer palomas al país fue un inglés llamado Same Manley, quien cruzó el Atlántico huyendo de la Primera Guerra Mundial en los años 20.
Peralta, una verdadera biblia sobre el tema, es capaz de hilvanar una entretenida conversación de horas en la que narra los pormenores de la actividad dentro y fuera de Costa Rica y detalla curiosidades impensables.
Él afirma que, en los años 50, la colombofilia surgió como un grupo organizado que integraba a hombres de sociedad de la época, como Ramón Ulloa Escalante, Rodrigo Pinto Fernández, Manuel Francisco Quesada Bonilla, Juan Francisco Montealegre y Carlos Pacheco Girón.
Este último, ya fallecido, le describió a Peralta lo que él sentía cada vez que veía a sus amadas palomas regresar al nido tras un extenuante periplo: “Uno siente que se le para el corazón por unos segundos” le decía Pacheco. Peralta resume lo dicho y trata de explicar el ligamen emocional que une a los palomeros con sus guerreras aladas: “Tienen un instinto natural para volver al palomar, pero cuando ya uno establece un vínculo con ellas, también vuelan por amor a usted.....
… tal vez alguien puede pensar que estoy loco, pero todos los que estamos en esto sabemos que es cierto. Ellas son tan inteligentes que tienen sus propias formas de demostrar lo que sienten por uno. Una característica es que esta paloma es absolutamente leal, yo he visto más de una que llega medio muerta al palomar, toma agua y está tan gastada que le da un ataque y cae muerta, todo eso después de hacer un sacrificio increíble”, narra Peralta.
En la década de 1970, la colombofilia fue decayendo en el país, y no fue sino hasta hace un lustro que tuvo un resurgimiento, legitimado con la Asociación que se creó hace dos años.
Las carreras de palomas constituyen, definitivamente, un género único de competencia. Según Óscar Pacheco, estos gallardos animales fijan en su organismo, de manera aún desconocida para la ciencia, la ubicación exacta de su palomar de origen. Al estar dotadas de una capacidad física extraordinaria (que incluye una aguda visión, excelente memoria y un sistema de oxigenación privilegiado en el reino animal), regresan a él cubriendo sin parar distancias de cientos de kilómetros a velocidades superiores a los 70 kilómetros por hora. Lo hacen a alturas de hasta mil metros y a través de rutas desconocidas por ellas.
Algunas teorías señalan que son unas partículas microscópicas llamadas magnetitas las que actúan como sensores o brújulas que las orientan hasta su lugar natal.
A partir de esta destreza innata, los palomeros se esmeran en criar los mejores ejemplares, que a menudo son “preconcebidos” al propiciar que se apareen las mejores aves con el fin de obtener pichones promisorios. La alimentación, hidratación, cuidado general y entrenamiento requieren un protocolo bastante estricto, por lo que los criadores con palomares más grandes (de unas 400 aves) a menudo cuentan con empleados que se dedican a cuidar las palomas a tiempo completo, léase día y noche.
A los 4 ó 5 meses, alcanzan la edad propicia para empezar a volar en la categoría “pichones”, hasta cumplir un año, que es cuando entran en la categoría mayor y pueden mantenerse activas durante 7 u 8 años. Fuera de competición, muchos criadores las conservan como animales de compañía. Bien cuidadas, pueden llegar a vivir entre 20 y 25 años. Julio Peralta, por ejemplo, tiene una que nació en 1993, y que ya lleva 16 años de estar con él.
Pero el entrenamiento básico para todos consiste en ir soltándolas, cuando estén en edad de hacerlo, primero a cortas distancias (unos dos kilómetros) del criadero. Posteriormente, poco a poco, se van alargando los trayectos.
El espectáculo de la “suelta” es casi tan vistoso como el de la llegada. Proa estuvo en dos de ellos, en La Sabana, cuando Pacheco liberó a un grupo de unas 100 de sus pupilas. A segundos de haber abandonado la jaula, instintivamente se juntaron y se enrumbaron hacia el norte. Unos nueve minutos después, según monitoreó Pacheco, las primeras estaban ingresando al palomar.
Eso sí, esta vez no llegaron tan afanosas, sedientas y “despeinadas” como suele ocurrir cuando cubren distancias de 50 kilómetros y más.
Lo más complejo, se podría pensar, es determinar quién es la ganadora en una competencia, en vista de que los criaderos se ubican en las propiedades de cada palomero.
Y es aquí donde se entrecruzan las prácticas antiguas con las modernas, pues la tecnología de hoy se alía con la colombofilia, para ofrecer resultados cronometrados. “Aquí intervienen dos aspectos, lo primero es la identificación. Cuando ellas nacen, se les pone un anillo en la pata izquierda, en él se indica el número que se les asigna y el criadero al que pertenece. Es el número de cédula de esa paloma, le queda puesto de por vida”, dice Pacheco.
En las carreras de los campeonatos, las palomas de los diferentes equipos son enjauladas por los jueces del evento y, antes de la “suelta”, se les coloca en la pata derecha una liga de hule numerada. Luego se transportan al punto de arranque de la carrera y el “juez de suelta” anota la hora exacta de la apertura de jaulas. Apenas llega cada paloma al palomar, se les quita la liga elástica y se introduce en el reloj controlador previamente sellado. Así se registra el tiempo de llegada en cada criadero.
Según comentó Peralta, en el campeonato que se iniciará en enero próximo ya no se utilizarán las ligas ni los relojes, sino que cada paloma tendrá un microchip que envía una señal a una computadora en el momento en que el ave pasa por la rampa de aterrizaje. Con esta técnica, que se usa en los países desarrollados, se agiliza todo el proceso y se logran resultados más exactos.
Los dos miembros de la Asociación citados, así como el también integrante Rafael Trigueros, coinciden en que la emoción que se siente ante cada competencia es comparable con la euforia que se vive en las graderías de un estadio o de un hipódromo.
“Hay toda una parafernalia. Cada uno está en su palomar, con un cronómetro en la mano y el celular en la otra. Estamos solos pero a la vez estamos juntos, nos llamamos y bromeamos ‘¿qué, le está ganando el relojillo?’, todos tratando de averiguar cómo les va a los demás. Cuando ya se acerca el momento en que van a llegar las palomas, uno siente que el corazón se le va a salir, yo ya sé lo que es que una paloma mía gane, y se siente un regocijo indescriptible”, narra Peralta.
“Yo pasaba aburrido, triste, me hacían una falta. Yo no salgo, no fumo, no bebo, no voy a fiestas. Este es mi entretenimiento, me encanta oírlas, yo paso hablándoles y ellas me reconocen. Tal vez la gente que no tiene palomas no se imagina lo cariñosas que son, yo me las pongo en el hombro y me muerden la oreja, todo por cariño”, asegura Trigueros, quien se encarga personalmente del cuido de su palomar, pues la peluquería queda frente a su casa y la atiende junto con su hermano.
Pero estos tres hombres también hablan de lo que sufren cuando alguna de sus “muchachas” sufre algún percance.
Pese a su sentido de orientación, pueden perderse y morir, pues influyen variables como las condiciones físicas del animal, el clima y las aves rapaces.
Por eso, antes de los entrenamientos y de las carreras, los dueños de las bandadas intentan asegurarse de que no habrá lluvias ni tormentas, con constantes chequeos a los pronósticos meteorológicos y mediante personas que reportan el estado del tiempo en diversos puntos del recorrido que harán las palomas.
Aún así, las bajas se dan de vez en cuando, con el consecuente desconsuelo de los dueños. La mayor parte de las veces, el duelo es sentimental, pero si se llega a perder o morir una de las mejores palomas o pichones, la pérdida también es económica.
En Costa Rica, según los miembros de la Asociación, un pichón caro puede costar entre $50 (casi ¢30.000) y $200 (¢118.000), mientras que una paloma adulta de calidad se cotiza entre los $100 (¢59.000) y los $1.000 (¢590.000).
En Europa y otros países existe una verdadera industria de competencias de palomas de carrera, y los precios de los mejores ejemplares superan por mucho los $200.000 (¢120 millones). Igualmente cuantiosos son los premios que llegan a ganar. Por ejemplo, en la carrera de Barcelona (la más importante del mundo), solo el premio al animal ganador es de hasta $1 millón.
Otro caso es el de Sudáfrica, donde se corre todos los años The Million Dollar Race, con la participación de palomas de todos los continentes y con premios oficiales de $1 millón por categoría. Esto sin contar con las apuestas privadas entre los participantes y las de particulares, igual que ocurre con el público que apuesta a una carrera de caballos o galgos.
Como anécdota sobre el calibre de cifras que se mueven en este deporte en Europa, Julio Peralta rememoró el caso del palomo más caro en la historia de la colombofilia.
Un gran abrazo a los amigos plumiferos de COSTA RICA
Cnm
nieripigeons
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